LA REVOLUCIÓN
CINZESA
Caminaba de manera fatigada ya que había estado toda una
semana pescando en alta mar. Su anatomía mostraba unos músculos
fornidos e innumerables cicatrices resultado del duro trabajo de un
marinero. Sus movimientos rápidos y enérgicos, pese a su descomunal
estatura, y su rostro mostraban que su edad se encontraba alrededor
de los veinte años.
Tenía una mirada
eléctrica típica de una persona ingeniosa e inteligente. La boca
dibujaba continuamente una alegre sonrisa y su alborotado pelo se
asemejaba a una cascada de azabache.
Estaba tan
contento de ir a su casa que ese día la finca por la que caminaba le
dio lo que para él fue la mejor panorámica del mundo: un entramado
de casas blancas se levantaba sobre unas playas repletas de barcos y
chiringuitos amenizadas por aquel singular olor de la bahía
de su querida Cádiz bajo
la puesta de sol.
Pero
un ruido lo sacó de su ensimismamiento. Parecía el pisar de una
persona corriendo sobre el seco pasto de julio. Al momento apareció
una persona cubierta con una capa negra que no dejaba ver su rostro
pues la vestimenta poseía una prominente capucha. Parecía estar
huyendo de un peligro inminente y tenía en una mano un pequeño saco
que se le cayó al golpearse todo el brazo con un olivo. El
encapuchado ni siquiera se volvió a recogerlo y siguió con su veloz
ritmo.
Antonio fue a
cogerlo y en ese instante le pareció oler a requemado pero no le
prestó más atención. Cuando llegó al lado del objeto un humo
blanco e irrespirable lo envolvió. Agarró con fuerza el saco y
cuando miró atrás se encontró con unas colosales llamas que
arrasaban todo a su paso a velocidad del viento. Corrió y corrió
como un galgo hasta la ciudad y cuando llegó avisó a los vecinos
que enseguida comenzaron a sacar numerosos cubos rebosantes de agua.
Pese a que todos ayudaron cuatro casas no se salvaron de la
combustión. El barrio había gastado casi toda su agua en un mes
donde este bien era tan escaso.
Antonio llegó a su solitaria casa con una inmensa curiosidad sobre
el saco. La vivienda estaba desorganizada y atestada de objetos que
el marinero encontraba y coleccionaba. En un rincón había decenas
de fotos que parecían ser familiares. Era un joven soltero al que el
destino le había dado la espalda pues todos sus seres queridos
habían fallecido. Seguramente en su subconsciente trataba de olvidar
esto interesándose por todo y disfrutando los buenos momentos. Sus
amigos no comprendían cómo podía gastarse cualquier ahorro en un
libro pese a su pobreza.
Al observar el
talego vio que tenía grabado un emblema colorado con forma circular
en cuyo interior había dibujado seis estrellas y una luna llena tras
la silueta de un águila. El joven se llevó una gran sorpresa al
encontrar una carburera (especie de candil que funciona con un gas
llamado acetileno), una caja de cerillas y una carta. Sin pensárselo
dos veces abrió la carta y leyó:
“Nuestra honorable
comunidad recompensa al Señor Marcos Martínez Buenestado por su
servicio el día 16-7-1892 con la considerable cantidad de 1000
pesetas.
Cordialmente, la
directiva gaditana de la Orden.
Antonio
consultó un calendario que había colgado en la pared y confirmó
que la fecha inscrita correspondía al día en que se encontraba.
Pensaba que era demasiada coincidencia que hubiese visto un señor
que intentaba ocultar su identidad corriendo de donde provenía un
incendio con un saco que contenía objetos de piromanía. Lo que no
sabía relacionar era la carta. Su instinto revolucionario le dijo
que debía ir inmediatamente a avisar a sus vecinos pero sus ánimos
se frenaron al ver que ya eran la una y media. En ese momento no
habría casi nadie en la calle y por ello pensó que era mejor
esperar a que llegase el día siguiente.
Estaba
profundamente dormido cuando un ruido muy estridente lo despertó.
Era plena madrugada y parecía que había alguien en el salón. Se
asomó rápidamente a la puerta de la habitación pero en ese momento
se rompió la ventana del dormitorio y solo llegó a ver una silueta
oscura con un símbolo rojo resplandeciente acercándose a él;
después, todo se oscureció.
Despertó
tumbado en la litera de un camarote con un fuerte dolor de cabeza y
numerosos cardenales y arañazos por todo el cuerpo. Se miró la ropa
y descubrió que le habían quitado todo lo que llevaba en los
bolsillos. Bueno, todo excepto una brújula oculta tras la solapa
izquierda de la chaqueta. El objeto tenía un gran valor sentimental
pues antiguamente perteneció a su abuelo.
Observó que tanto la
puerta como el ojo de buey estaban cerrados. Evidentemente estaba
sufriendo un secuestro y todo estaba relacionado con esas personas
encapuchadas, el saco y por supuesto el extraño blasón circular.
Al mirar el exterior
divisó el sol que se encontraba en la posición de media mañana.
También se fijó en el agua que en las proximidades dibujaba unas
ondas circulares y distanciadas entre sí. El muchacho supo que se
encontraba a bordo de un buque. Estos barcos zarpaban a primera hora
de la mañana pero al analizar el color y la textura del mar supo que
llevaba en ese barco poco más de un día pues se localizaba en
alguna parte del Océano Atlántico un tanto cercana y al sur de la
Península Ibérica.
Era mediodía y un
hambre voraz lo invadió. En este momento la puerta se abrió y entró
un hombre de mediana edad con un bigote perfectamente cortado, una
cara fría y con aire de superioridad. Le hizo unas señas con la
cabeza para que saliera. En el pasillo, el secuestrador cerró la
puerta y guió a Antonio empujándolo con una navaja. Llegaron a una
especie de comedor desierto. El hombre habló por primera vez y solo
le dijo que esperase. Se marchó por una puerta lateral y dejó a
Antonio en una situación que el ansiaba. Estaban en el ecuador del
día y por fin podía tener una vista completa del mar y el sol en su
máxima altitud. Sacó rápidamente la brújula y en cuestión de
segundos averiguó comparándola con el horizonte y el astro rey que
se encontraba en una zona próxima a la Islas Canarias. Entonces
escuchó que estaban anunciando en cubierta que llegarían a Madeira
(Isla perteneciente al estado portugués) en una hora.
Tras un
minuto de espera, volvió a abrirse la puerta pero esta vez el hombre
de antes estaba acompañado por otro más menudo que tenía una
botellita muy pequeña llena de un líquido muy espeso y negro.
Cuando llegó al lado de Antonio la destapó y se la ofreció. El
marinero que sabía que no tenía escapatoria la aceptó. Nada más
ingerirla empezó a alucinar durante unos cinco minutos. Todo era de
colorines y daba vueltas hasta que se encontró tirado en el camarote
de un pequeño barco de pesca.
Desde que pasó
el efecto de la droga estuvo sentado aguantando las ganas de vomitar,
lo que a él le parecieron un par de horas. Cuando la embarcación se
detuvo apareció un joven vestido de militar que lo agarró de un
brazo y lo llevó a cubierta. Estaba anocheciendo y se acercaban a
un islote que se alzaba de forma macabra sobre el agua. Era en sí
una gran roca de un gris fantasmal sin ningún vegetal que acababa en
un altiplano sobre el cual se encontraba lo que parecía una
fortaleza. Esta fortificación parecía estar construida con el mismo
tipo de piedra que formaba el territorio insular.
Tenía una apariencia
tétrica dada por las altas torres que poseía, el color de estas y
las grandes placas de acero fundido.
Desembarcaron
en un pequeño muelle y un grupo de encapuchados con el extraño
símbolo rojo lo rodearon e hicieron que bajase. Una vez en tierra
firme pudo leer de refilón un letrero de hierro que rezaba *Porto
Cinza*. Subieron durante un cuarto de hora por un maltrecho y
empinado camino hasta la edificación ya descrita. Cuando llegaron a
esta abrieron una gran verja y alguien desde el interior hizo lo
mismo con la enorme puerta principal.
El joven
seguía rodeado e iba viendo numerosos controles de seguridad,
puertas que parecían conducir a lujosos despachos, aposentos y
numerosas representaciones del extraño blasón circular. Al pasar
por un portal custodiado por cinco personas el entorno cambió
radicalmente:
No había ni un solo
decorado, todo era muy austero, las paredes estaban repletas de
fuertes planchas de metal a modo de puertas tras las que se oían
lloros, gritos de desesperación, insultos...
Esta vista se extendía
en numerosos corredores repartidos en cinco plantas lo que
prácticamente lo convertía en un gran laberinto que albergaba una
horrorosa cárcel.
Dos jóvenes
vestidos de militares sustituyeron a la escolta de encapuchados de
Antonio. El marinero fue llevado hasta la celda número 292. Uno de
los militares introdujo una extraña llave en el cerrojo de la
puerta. Antonio fue arrojado al interior y oyó que cerraron la
puerta de un fuerte portazo. La sala era minúscula pero tenía una
altura desmesurada. Las paredes estaban llenas de moho y otras
sustancias que desprendían un olor nauseabundo que Antonio decidió
no pensar qué eran. Solo había dos aperturas en la estancia: unas
pequeñas rejas en la parte más superior de la puerta y una
miniatura de ventana que se encontraba cerca del techo en uno de los
laterales y que por el olor y el sonido daba al océano.
Cuando el joven se
iba a sentar lo intrigó una especie de gruñido que provenía de un
oscuro rincón. Cuando se acercó soltó un ahogado grito de terror
al observar el cuerpo esquelético de un hombre avanzado en edad que
mostraba claros síntomas de falta de higiene y salud. Tenía un pelo
moreno canoso que le cubría toda la barba y el bigote y que le era
un poco escaso en la cabeza. Tenía una piel muy clara, numerosas
heridas y arrugas, una ropa andrajosa y dientes podridos.
Antonio le
preguntó si se encontraba bien pero el anciano le dijo que debía de
preocuparse por sí mismo. El señor que se había dado cuenta de que
el joven no lo comprendió le explicó que se encontraban en la
prisión general de *La Orden Nocturna*. El marinero que seguía en
la ignorancia le pidió al hombre que se lo explicase todo. Este
aceptó la proposición de Antonio y para empezar se presentó
diciéndole que era un gallego llamado Alfredo Trejo.
Dijo que la Orden
Nocturna era un grupo de personas con bastante poder establecidas por
toda la Península Ibérica que tenían infiltrados en muchísimas
instituciones importantes como el ejército, el gobierno,
ayuntamientos... Este grupo de personas formaban un espantoso círculo
de corrupción a su alrededor. Tenían poder suficiente para
controlar los dos estados peninsulares pero preferían estar en la
retaguardia, para controlar como marionetas a gente con importantes
cargos y así poder mandar ellos pero estar a salvo por si algo
sucedía. Contrataban a matones que tenían por todos los territorios
para que les hiciesen los trabajos sucios y eliminasen a cualquier
persona que pudiera poner en peligro sus acciones.
Se
reconocían entre sí por el extraño símbolo circular de color rojo
con estrellas y una luna tras la sombra de un águila. El marinero
cuestionó a Alfredo sobre porqué se llevaban gente a aquel lugar y
nadie denunciaba esa cárcel ilegal. En primer lugar el hombre
contestó que como ya había mencionado antes la orden tenía aliados
en el gobierno y es que un puñado de oro cierra muchas bocas. Con
respecto a la primera pregunta de Antonio, Alfredo dijo que la
mayoría de veces acababan con la vida de aquellas personas que
presenciaban algo sobre ellos (como por ejemplo cuando Antonio vio al
hombre del saco), pero si ven que estas les pueden servir de algo las
llevan a Porto Cinza. El anciano dijo que a él se lo habían llevado
porque dominaba varios idiomas y lo utilizaban de traductor cuando
negociaban o raptaban a algún extranjero.
Cuando finalizó el discurso Antonio hizo un pregunta que llevaba
rato ansioso de formular, y esta era si había alguna manera de salir
de aquel sitio. Alfredo enmudeció y habló en un tono hondo. Le
preguntó qué sería lo primero que haría si pudiera salir de allí.
El joven respondió sin
duda alguna: informaría al pueblo sobre lo que estaba haciendo esa
escoria y que este tomase las medidas necesarias para erradicar a ese
maldito grupo.
Alfredo sonrió y
dijo que estaba orgulloso de haber conocido a alguien como Antonio.
Le comentó que tras veinte años en la cárcel sabía perfectamente
los lugares, horarios de algunas actividades, personal, etc. del
centro. Explicó que después de tanto tiempo tenía un plan perfecto
de huida y que no tendría ningún problema en compartir sus
conocimientos con el marinero. La escapada tendría lugar la mañana
de dos días después que era cuando partía la próxima embarcación.
Los dos se pasaron la noche en vela repasando hasta el último
detalle del plan. Cuando amaneció se abrió una pequeña gatera en
la puerta que solo se podía manejar desde el exterior por la que
entró una bandeja con dos latas llenas de un agua mugrienta y dos
trozos de pescado en estado de descomposición. Alfredo aconsejó que
descansase todo el día pues al siguiente no pararían y esos
alimentos que no eran digeribles no le aportarían las suficientes
energías. Durante ese día en ayunas Antonio se dedicó a redactar
un texto sobre todo lo que le había dicho Alfredo para leerlo en
público y enterar a la gente sobre todo eso (contando con que
pudiesen escapar). Cuando anocheció volvieron a repasar lo planeado.
A la
madrugada siguiente estaban tumbados esperando a que la gatera se
abriese. Al hacerlo Antonio colocó hábilmente la brújula en el
lugar preciso para que obstaculizase la bajada completa de la
puertecilla. Antonio se asomó por las rejas y miró el reloj de
pared que había en una oficina al otro lado del pasillo. Eran las
ocho menos tres minutos. Según Alfredo el mecánico que supervisaba
los motores estaba a punto de llegar y dejaría su caja de
herramientas junto a la gatera para ligar con la oficinista. La caja
contenía desde el punto de vista del anciano el mayor error de la
prisión: unas llaves que abrían casi todas las puertas. Lo previsto
ocurrió y Antonio metió la mano por la gatera y dirigido por Alfedo
(que veía desde las rejas) cogió las llaves. Volvió a meter el
brazo y retiró la brújula para que la puertecilla se cerrase. Esto
último lo hicieron justo a tiempo pues eran las en punto y un
general pasó de manera rutinaria revisando que todo estuviese en
orden.
Esperaron a que la
oficinista fuese al servicio y entonces abrieron y volvieron a cerrar
la puerta y se dirigieron a toda prisa a la oficina donde abrieron un
armario y cada uno cogió una capucha. Cuando salieron todavía ni se
veía a la oficinista. Doblaron una esquina y se perdieron de vista.
Alfredo encabezaba la comitiva que tenía como objetivo el despacho
del alcaide pero debían darse aire pues el barco zarparía en un
cuarto de hora.
Cada vez
que se encontraban con alguien hacían el saludo especial que había
aprendido Alfredo. Cuando llegaron a la entrada de la habitación que
buscaban se encontraron ante una majestuosa puerta de roble que
Antonio abrió sin ningún problema. La estancia estaba atestada de
decoración y documentos pero nuestros personajes solo buscaban los
que tuviesen la lista de los miembros de la orden. Mientras Alfredo
buscaba dichos papeles el marinero cogió un maletín de cuero y lo
vació por completo dejando sobre la mesa todo su contenido excepto
un par de botellitas con un líquido oscuro que le eran familiares.
El anciano encontró lo que buscaba y lo metió en el interior del
maletín. Antonio se metió los dos recipientes en un bolsillo de la
capucha, cogió el maletín y huyó a toda prisa con Alfredo.
Llegaron a la verja
exterior cuando tan solo faltaban cinco minutos para el embarque por
lo que bajaron el camino a un paso trepidante. Al llegar al muelle
divisaron a otros seis encapuchados que parecían estar a punto de
tomarse el típico vasillo de aguardiente antes de partir. Cuando
ambos se introdujeron en el grupo Antonio se ofreció para ir a por
la botella de la bebida que se encontraba en la bodega del barco. El
joven vertió un poco del líquido negro que había robado en cada
vaso excepto en dos. De vuelta al muelle repartió los chupitos y
Alfredo y él se quedaron con los que no estaban envenados, que los
tenía marcados. Los hombres empezaron a alucinar y al desmayarse, la
pareja los amontonó escondidos tras una gran roca cercana. Se
metieron en el pequeño barco y Antonio con la mayor naturalidad del
mundo salió a toda máquina. Una vez en alta mar examinaron el barco
y vieron que este tenía todo tipo de armas, provisiones y una
importante suma de dinero.
Al
llegar el mediodía alcanzaron el puerto de la verde y hermosa
Madeira. Lo primero que hicieron al pisar tierra fue dirigirse a una
imprenta para hacer cientos de copias sobre el escrito de Antonio y
los documentos de los miembros de la Orden Nocturna. Lo segundo fue
convidarse en un bar conocido por Antonio. El establecimiento tenía
un ambiente marino y estaba repleto de hombres ansiosos de una buena
cerveza y una tapa antes de volver a alta mar. Cuando llegaron a la
barra al joven le dio un vuelco el corazón al ver a todo su grupo de
viejos amigos al completo. Eran una docena de veinteañeros de
aspecto fuerte como Antonio pero quizás un poco más toscos. Uno de
ellos se fijó en Antonio y avisó al resto que enseguida se
acercaron al gaditano que casi se ahoga de los fuertes abrazos o se
queda sordo de los estridentes gritos.
Cuando la
situación se tranquilizó el marinero propuso que todos se sentasen
en una mesa alejada pues tenía que exponerles un tema muy serio.
Una vez
acomodados Antonio presentó en primer lugar a Alfredo a todos sus
colegas. Después, con la ayuda de este último expuso de manera
clara todo lo que le había ocurrido desde que vio al encapuchado
hasta aquel momento. Todos agotaron su vocabulario de maldiciones y
groserías para describir lo que le habían hecho a su amigo pero
sobre todo porque esa gente se lo hacía diariamente a muchas
personas. Antonio hizo saber que tenía un plan para mostrar a la
población todo lo que sabía sobre la orden y todos guardaron
silencio expectantes. Primero repartiría 50 copias de los documentos
y de su escrito (que en ese momento se estaban produciendo en la
imprenta) a cada uno. Se separarían en parejas, cada una de las
cuales se dirigirían a un litoral distinto. Se quedarían con una
copia y repartirían las otras a personas de su confianza que harían
la misma operación pero de modo que la información se transmitiese
de la costa al interior. Las parejas leerían los textos el primer
sábado que llegasen a tierra en un lugar concurrido, a una hora
punta y publicaría los miembros de la orden que viviesen en la zona
concreta.
El sol
ya se había puesto cuando los cientos de copias se finalizaron.
Antonio reunió a su grupo y las repartió. Todos se despidieron en
tono solemne y se dirigieron con su pareja, ya asignada, al barco que
los conduciría a su destino predeterminado. Por ejemplo, nuestro
joven protagonista se dirigió con Alfredo al litoral
onubense-gaditano en su barco robado.
Mientras terminaron los
preparativos habían llegado las once pero aún así zarparon pues
seguramente ya se habrían dado cuenta los de la prisión de la fuga.
Durante el
viaje se iban turnando para que mientras uno condujese, el otro
durmiese, comiese o simplemente se relajase. Antonio proponía a
Alfredo gente honrada que conocía como posibles candidatos a
pregoneros de lo que el joven había denominado la *Revolución
Cinzesa*.
A la hora de debate ya
tenían los elegidos. El miedo por persecución se iba apoderando de
ellos pues la velocidad del barco era ínfima.
Tardaron tres días en
divisar tierras andaluzas y cuando lo hicieron era la medianoche de
un viernes. A Antonio se le saltaron las lágrimas al poder ver
aquella preciosa vista nocturna de su amada Cádiz después de tantos
sucesos desagradables.
Esperaron hasta el día
siguiente a una distancia prudente del puerto. El astro rey asomó
por el horizonte y los dos tenían ojeras de no haber pegado ojo en
toda la noche. Condujeron la embarcación a tierra. Cuando echaron el
ancla cada uno cogió un poco del dinero que había y salieron del
barco. Al salir de la zona del puerto se separaron pues Alfredo iba
en busca de los predicadores seleccionados y Antonio se dirigía a la
Plaza de España, para publicar los escritos que ya sabemos porque
como vecino que era conocía el bullicio que se concentraba en esa
zona durante los fines de semana. Ambos se despidieron de manera
emotiva y cogieron distintos carruajes.
El
marinero dijo al conductor su destino y este hizo que los caballos
acelerasen enseguida.
En el trayecto pasaron
por su calle y observó que donde antiguamente se encontraba su casa
ahora solo había unos escombros calcinados. Al llegar a la plaza,
los mercaderes estaban en auge de ventas y el lugar estaba a rebosar
de gente. Antonio se montó sobre una tarima de madera y llamó la
atención de las personas con un silbato. El joven empezó su
discurso y poco a poco se acercaba a escuchar más gente y los ruidos
se apagaban. Conforme leía, los síntomas de furia se fueron
apoderando de la mayoría. Estaba a punto de terminar y había
logrado su propósito. Después de bastantes días se volvía a
sentir feliz cuando una bala disparada por alguien de la muchedumbre
le atravesó el cráneo.
Una vida demasiado joven había finalizado pero antes de hacerlo
plantó la semilla que daría lugar a una revolución que salvaría
muchas personas. Tras mucha sangre derramada en las calles, el pueblo
consiguió vencer y así triunfar el proyecto de un muchacho
revolucionario que prefirió arriesgarse a ver cómo se cometían
barbaridades con otros. Gracias a esta odisea los habitantes de la
Península Ibérica consiguieron dar un gran paso en aspectos tan
importantes para la humanidad como lo son la democracia, la justicia
y la igualdad.
FIN
Avelino Ruiz Higuera
3ºA
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