EDITORIAL
¿OTRA REFORMA
EDUCATIVA ES POSIBLE?
Poco a poco ha ido
instalándose en nuestra sociedad la tendencia de que cada vez que se
produce un cambio de gobierno ha de llevar aparejada una reforma
educativa, haciéndose esta en la mayoría de los casos sin la
suficiente justificación y sobre todo sin el consenso de todos los
sectores implicados en la educación ni el conocimiento de los
problemas reales de los centros de enseñanza.
Los sucesivos
borradores de la nueva ley de educación (LOMCE) justifican la
reforma debido, entre otras razones, al abandono escolar temprano, a
los bajos niveles de calidad, a los resultados académicos que
arrojan informes como el PISA, a mejorar la autonomía y calidad de
los centros, la capacidad de gestión de la dirección, racionalizar
la oferta educativa, flexibilizar las trayectorias, regular la
evaluación externa...etc. Razones importantes todas ellas, pero de
las que desconocemos el alcance que podrán tener en la mejora de la
calidad de la enseñanza y la escuela pública.
Si tomamos como
ejemplo el aumento de la capacidad de gestión de la dirección de
los centros, ¿en qué sentido habría que interpretarlo si esa
gestión no redunda en crear el clima de convivencia, consenso,
participación democrática y libertad que debe reinar en la escuela?
¿Cómo mejorará la capacidad de gestión si los directores son
meros gestores de una “empresa” y no profesores forjados en la
arena de las aulas? Este barco solo funciona remando todos en una
misma dirección. Y la buena dirección no se mide solo con logros y
resultados. La travesía y sus dificultades también son importantes.
Hasta ahora no hemos
necesitado “evaluaciones externas” para combatir el fracaso
escolar y el abandono temprano. Lo hemos afrontado con las “armas”
que poseemos: el inculcar día a día que la única forma de
crecimiento del ser humano es a través del trabajo, del esfuerzo, de
la máxima formación posible, de la valoración de la propia
educación. Lo hemos abordado atendiendo a la diversidad, como
profesores individuales o con medidas conjuntas adoptadas
democráticamente por el Claustro y el Consejo Escolar, en
consonancia con las leyes vigentes. Sin necesidad de incentivos
económicos ni amenazas soterradas de porcentajes de triunfo o
fracaso, publicados por informes nacionales o autonómicos.
Poco ayudará a
reducir el abandono escolar del 26´5% a un 10% en 2020, como
pretende la nueva ley, el aumento disparatado de la ratio en las
aulas o la inclusión de los alumnos de integración en clases de 34
chicos.
Hasta ahora hemos
combatido el fracaso con la integración y la pluralidad como
condición de la igualdad y no con “la flexibilización de las
trayectorias”. Los programas de diversificación curricular, los
antiguos programas de garantía social, programas de cualificación
profesional inicial, agrupamientos flexibles, etc. han servido y
sirven para ofrecer distintas alternativas a distintas personas con
ritmos de aprendizaje o aptitudes y actitudes diferentes. Creíamos
haber superado el concepto peyorativo de formación profesional y
positivo de bachillerato, que, con nuevas denominaciones, parece
imponerse de nuevo.
Hasta ahora creíamos
que el profesorado tenía la suficiente capacidad para decidir cuándo
una persona estaba preparada para recibir un título que la
capacitara para la vida laboral o la continuación de estudios
superiores. Generaciones de alumnos han pasado por nuestras manos y
ocupan hoy puestos importantes o necesarios en la sociedad. No
necesitaron pruebas de diagnóstico, reválidas, correctores externos
y anónimos. Fuimos nosotros, y otros mucho antes que nosotros, los
maestros y profesores, los que ahora estamos tan cuestionados y
denostados, los que corregimos largos y complicados exámenes,
trabajos, cuadernos, actitudes, valores, entrevimos aptitudes y
propusimos caminos.
Hasta ahora somos los
profesores y maestros quienes en nuestro tiempo libre y con nuestro
dinero y esfuerzo hemos ido formándonos y seguimos haciéndolo en
las nuevas tecnologías de la información y la comunicación,
“inmigrantes digitales” que intentamos a cada momento acercarnos
a esos “nativos digitales” que son nuestros alumnos. Usando unos
recursos precarios, en muchos casos, sujetos a decisiones políticas
que más parecen seguir una moda puntual que ser producto de la
reflexión y de las necesidades reales de los centros.
Hasta ahora somos los
maestros y profesores, en nuestras horas de permanencia, quienes
hemos puesto en marcha las denostadas bibliotecas escolares,
inculcando el amor por la lectura y la investigación como la base
del conocimiento. Sustrayéndonos a las modas pasajeras de los
proyectos lectores o los planes de uso de las bibliotecas escolares.
Hemos estado en ese camino mucho antes que aparecieran dichos planes.
Hasta ahora hemos sido
los profesores y maestros quienes hemos hecho el seguimiento de los
alumnos con asignaturas pendientes, sin horas lectivas ni medios para
atenderlos. Muchas veces facilitando el material a los alumnos y
animándolos constantemente a que no abandonen y sigan adelante.
Finalmente y hasta
ahora los centros han funcionado por y con un profesorado que no ha
necesitado incentivos económicos, correctores externos, evaluaciones
foráneas, publicaciones y estadísticas. Siempre los centros han
funcionado con unos maestros y profesores que aman su profesión y
son conscientes de que solo la educación nos hace libres y no puede
reformarse con criterios meramente mercantilistas.
Teodora
López Caballero
Departamento de Lengua
castellana y Literatura.
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